
Cierto es, que después de dos guerras mundiales, una de Corea, y miles de conflictos más que costaron la vida de miles de soldados con edades promedio entre 17 – 19 años y población civil de todas las edades, hablar de un joven … uno solo, asesinado, parece hasta minúsculo …
Se han escrito miles de páginas sobre la caída del Imperio Romano. Hemos entrado en gran detalle sobre la fractura del Imperio de Alejandro Magno. Incluso los imperios modernos, como la Alemania nazi, el Japón imperial y la Unión Soviética reciben una atención desmesurada sobre cómo surgieron e inevitablemente cayeron.
Horacio era mi némesis. Sólo él podía despertar mi odio más visceral, mis impulsos más violentos, mis pensamientos más asesinos. Cuando lo veía mi cuerpo se preparaba para un combate de vida o muerte: mi pulso cardíaco se aceleraba, mi sangre fluía hacia los músculos más grandes para luchar o huir y mis células comenzaban a consumir energía de reserva.
A estas alturas, en el momento que esto se escribe, los hechos son innegables … y son los siguientes:

Madrugué el sábado, era un día extraordinario, así que nonagenario y todo, en pleno 2053, me levanté con ánimo y energías para llevar a mis nietas al plan más trascendental al que podían asistir en su breve vida de niñas capitalinas, con mis noventa y tantos años a cuestas, me acerqué a su recámara y les di el grito de batalla.
Siempre habrá lágrimas abundantes para llorar a nuestros muertos, el olvido no nos permite y Gracias a Dios es así, abandonar a quienes quisimos … aunque no alcancemos jamás a saber donde están sus despojos, donde rezarles al menos.