Hago lo mejor, realmente lo mejor que puedo ....
Creo que hago todo lo necesario. Y más. Abro el Diario de Hoy y La Prensa Gráfica, y veo los noticieros de mi país, todas las mañanas a las ocho, cuatro mil kilómetros al norte de mi propia casa.
Me entero como el paisito se desmorona y la realidad es tan diferente a la utopía que nos venden.
Miro el partido del sabado; también entreveo, medio dormido por la diferencia horaria, el partido del domingo; y me siento en el sofá con una Pilsener en la mano a mirar el cierra de la fecha y el resumen de los goles, ya tarde domingo.
Horrible nuestro fútbol, cada día jugamos peor, hay que tener hígado para aguantarlo, pero es lo que y lo que tenemos, anoto hasta los resultados de tercera división para ver cómo va el Vendaval de Apopa, la nostalgia es tirana.
Hago todo lo que hay que hacer. Exttraño a mis compatriotas que dicen "aperturar" en lugar de abrir, "recepcionar" en lugar de recibir, los muy borricos ...
La tiendita queda frente a mi casa, fue adquirido hace dos meses por un compatriota de Cuscatancingo, vende horchata, alfajores, salpores de arroz, Frutsi, Zorritone, Boquitas Diana, Coscafé y Galletas Picnic; desayuno como un Rey.
Converso cuando se me antoja —vía Skype— con mi familia en Apopa a un centavito de dólar el minuto. Algunas tardes mi hermana la Katty me cuenta, por WhatsApp, las novedades del vecindario y la ciudad, que Raúl se casó, Reina se divorció y Rafael es un huracán!
Despotrico contra la forma en que las gringas (y muchas latinas por motivos aspiraciones, como el gane de Trump) meten las asentaderas adentro de los jeans: sin gracia, como si fuera una bolsa de papas, sin calce profundo.
Voy con un taza de café por toda la casa, a cualquier hora, incluso cuando no tengo ganas de tomar café. Para despertar a mi hija le canto las canciones de Tío Periquito.
Eso si, trabajo, trabajo, trabajo y trabajo como no trabajaba allá … que ni trabajo tenía, y a cada persona que viene de El Salvador, le pido una caja de Dolofín, Yodoclorina, Sanapie, Bacaolinita, Intestinomicina, Artribión ….cosas que aquí no se encuentran.
Muchos días me molesta sentir que me estoy acostumbrando a que todo funcione, a cobrar el día uno, o a que el policía de la esquina converse amistosamente con la prostituta de la esquina como lo que son, dos servidores públicos nocturnos que trabajan en la misma esquina.
No debería acostumbrarme a eso: yo vivía en Apopa, la policía y las "damas de la noche" se perseguían, se agarraban a pedradas, a veces ganaban ellos, a veces ganaban ellas. Pero no. Me acostumbro al orden. Me acostumbro a ir de madrugada sin ver a los chicos en la basura. Incluso hay días en que me siento cívico y tiro el paquete vacío de cigarros en la papelera. Odio esos días en que me siento cívico. Me atolondra el Bla Bla Bla ...
Entonces me pongo como loco y hago más esfuerzo para no acostumbrarme y descargo música de Marito Rivera, los Hermanos Flores, Algodón para no acostumbrarme, he bajado hasta la épica "Nacidos para triunfar", de Jhosse Lora, cosas que si aún viviera en Apopa no vería ni borracho.
Sigo los partidos del Seattle Sounders porque es el equipo donde juega un salvadoreño.
Y sin embargo, a veces, a solas, mirando por la ventana, muerto de frío en pleno noviembre, pienso que no podría vivir otra vez en El Salvador. Es más, a veces pienso que no he vivido nunca en El Salvador , que he tenido un sueño, un sueño real y nítido, que he tenido la sensación maravillosa de ser de allí, pero que nunca, en realidad, he estado.
Que nunca en la vida me robaron el walkman en la 42, ni que nadie me puso jamás un cuchillo tramontina en la garganta para sacarme la mochila. Que nunca me dijeron que me iban a pagar y después no me pagaron. Que nunca dije «la semana que viene te pago “y después me mudé de ciudad para no pagarle a nadie.
Todo me parece un sueño, a veces.
Pero aunque lucho con lo helado de este invierno, me doy cuenta de que yo ya soy otro, por más que luche contra ello ...
... y contra esta lluvia triste que parece apopense.
A las orillas del Rhin se encuentra el castillo de Heidelberg, en ruinas desde hace años y que más parece una obra oficial encomendada al cuidado de algún instituto salvadoreño.
Años previos a su muerte, Napoleón se jactaba de "no haber amado jamás a nadie, tal vez a Josefina...si, un poquito".