Escribir, por ejemplo, que mi cuerpo arde en el recuerdo de tu boca descubriendo rincones oscuros de mi piel. Excitarme con el susurro tórrido de tu voz a mi oído. Sentir el espasmo con el choque de tu pelvis desnuda en los poros húmedos de mi piel.
Desear, tras sentir tu tercer orgasmo, que sigas durante horas apoderándote del sudor agitado en la penumbra. Extrañarte absorbiendo el perfume de cuello al final de cualquier día. Imaginar tus manos deslizarse bajo la ducha caliente.
Qué importa que se haga tarde para volver? Si ahora estás aquí, bebiendo de mi hombría y mi entrepierna los jugos del infierno… Si ahora te tengo aquí para besarte las nalgas y lamer tu intimidad , deseándote profundamente con tus piernas abiertas sobre mis hombros… Si no dejamos de mirarnos intensamente mientras penetro en tu tentación.
El deseo es infame con los temerarios, no conoce el límite, ni le importan los horarios. Tampoco saben de puertas cerradas tus manos, en el frenesí del roce violento que me ata, me asfixia, me absorbe completo de arriba abajo, en el interior de tus cavidades, lamiendo desesperados los besos que nos quedan antes de que el sol despierte a los imprudentes que hablan sin pudor, de culpas y de amor.
Puedo brindar de madrugada, con el último resto del trago, seco y amargo, fondo blanco que quema los restos de tu miel en mi garganta.
Prohibidos para todos, libres y soberanos en las sábanas, ejecutamos una danza hereje revolcados sobre las partituras de una historia que se escribe en los márgenes, urdiendo una melodía silenciosa que nos cubre en la distancia inviernal que se impone sobre todo.
Puedo morderme los labios al sentir la gota de tú río plateado de saliva, el río que me corre por el cuello cuando pasa tu aliento, el hormigueo genital al beso rosa, la turgencia de tus senos al sorbo de mi lengua.
Puedo dejar que tus dedos se enfunden en mi piel, ser una marioneta sumisa a la orden de tus gemidos. Cambiar de posición. Sentarnos. Girarnos. Pararnos. Permitirte el abrazo con tus piernas rodeando mi cintura.
Podría describir con lujo de detalles las coordenadas de cada uno de tus lunares, los poros de tus mejillas, los trazos en tu iris, tus sabores y olores a cada hora, la longitud de tus pestañas, las tres manchitas de sol encima de tu oreja y el diámetro de tu cuello abierto a mi caricia, las grietas rojas en el blanco de tu ojos que orbita alrededor de mis clavículas, la sombra de mis labios desbocados en tu pecho que suda y palpita al tensar el antifaz que todavía queda, cuando termina el baile de máscaras.
Podría dibujarte, sin piedad, trozos de poemas en la espalda. Torrentes de tinta que sellen a fuego mi huella dactilar sobre tu aura. Eclipsarte la tortura con tres rutas al fondo de tu cuerpo. Ponerle una venda en los ojos al querubín que recita oraciones mientras imaginas el trono en el que, de todos modos, volverás a amarrarme, morderme y amarme …
Podría descubrirte descifrándome la mente en las miradas, diciéndome sin palabras mil cosas que sólo vos y yo sabríamos. Podría rozarte como un viento suave en el tumulto embravecido y hacerte temblar la cordura, desarmarte los fantasmas de un soplido y ofrecerte la coraza como sacrificio por la osadía de tentar a los demonios que me escoltan.
Los siete infiernos que me caben y arrasan con lo que va quedando de mí después de tu furia huracanada, en el adentro más oscuro del último cerrojo. Podría también lanzarte esa llave por el aire, si acaso no vinieras a buscarla. Y así buscar la manera de que, jugando, me encuentres siempre al encontrarla.
Porque te pertenezco, mujer ….
Podría…
Yo era un perrito de color negro con parches blancos en todo mi cuerpo, fui secuestrado o quitado por unos niños de una camada de 6 perritos que habíamos nacido en plena calle. Me acobijaron en una casa donde era la atención de los niños y los padres, recuerdo que fue una discusión cuando quisieron ponerme un nombre, salieron a relucir nombres de emperadores romanos, reyes, artistas, políticos, al final me pusieron un nombre desconocido y creo que hasta inventado, desde entonces soy conocido como “Blandin”, todos me llamaban por ese nombre: “Blandin”.
No es la de los Stones pero se parece, me aburre todo y no es lo que mi ánimo merece; nada me motiva, ni capta mi atención, no sigo ídolos y nadie es santo de mi devoción.
Nuestro fútbol nacional, al cual tratamos de revestir de características “profesionales” no ha muerto, pero está más o menos como el pez que acabamos de pescar y tiramos al fondo de la lancha para que pegue sus últimas bocanadas y muera …