
Apreciado Santo Padre:
 
 A estas alturas, Su Santidad ya ha debido planificar bien, aunque no nos lo haya hecho saber todavía, su viaje a estas nuestras cuscatlecas tierras, para la gran celebración de la Canonización de nuestro Obispo Mártir Monseñor Romero, nos llena de orgullo esa visita y además, no podemos negarlo, un dejo de preocupación …
Porque a menos que usted, hincha fanático del “Cuervo” y no del tequila, Santo Padre, sino de los “Santos de Boedo” haya venido para la gira centroamericana de San Lorenzo de Almagro de 1984, donde barrieron con cuanto equipo chapín, catracho, salvadoreño y tico se les puso enfrente, algunas cositas de nuestra tierra … le pueden sorprender.



Ya lo estamos esperando, sin fecha aún, para esta fiesta de canonización de San Romero de América, pero consideramos prudente adelantarnos a algunos “detallecitos” en el tiempo …
Total, el tiempo ganado, no es tiempo perdido …
…y el tiempo perdido hasta los santos lo lloran.
 
 
Me remito, a un problema que está conmocionando el planeta, más allá de todas las pandemias, los periódicos que cito a pie del artículo dan a conocer un problema que se había dado en gran escala, en los hoteles y parques temáticos de Disney …
La señorita se llamaba Amanda, tenía el pelo largo y recogido en una cola de caballo. Llevaba una mochila pequeña en la espalda. Pasó llorando por el andén izquierdo de la estación del metro, y de las diecisiete personas que cruzó en el camino, doce la escucharon llorar claramente, porque no era un llanto contenido; era un desahogo ... desgarrador.

La vida de Cristóbal Colón es fascinante, a estas alturas de mi mitad de siglo de vida plus cinco no tengo la más mínima idea si era un intrépido navegante (había navegado muy poco antes de su viaje de 1492), un audaz vendedor de proyectos utópicos (o sea, haría pisto vendiendo Lotín en estos días), o un farsante muerto de hambre que se rebuscaba (a veces, me inclino por esta última teoría) para ir pasándolo.