Recordarán que en la escuela (los que fuimos, no los que “chabelearon” el diploma de 6o grado), leíamos aquello de que …
“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.” Platero y yo. J.R.J.
Si Platero, el célebre burro de Juan Ramón Jiménez, no hubiera sido español sino salvadoreño, ahora mismo estaría muerto y desollado en un camino perdido del paisito mientras era festín de una nube de zopilotes.
Aparte de Platero, “de acero y plata de luna” que acompañó al Premio Nobel Andaluz en su niñez, una pasarela de burros históricos debería abarcar a muchos otros. Por lo menos el que menciona Esopo en sus fábulas... la burra que le habló al maltratador Balaam... el que inspiró a Apuleyo su novela... el permitió que Jesús, José y María huyeran a Egipto... el que montó Jesús en su feliz y fatal reencuentro con Jerusalén... el asno anónimo de Sancho Panza... el que criaba en su granja George Washington para cruzar con yeguas hispánicas...
Lolo, el burro vanguardista que en el París de 1910 pintó un óleo con la cola... el que hizo sonar la flauta en la fábula de Tomás de Iriarte... el del niño Paul que pintó Picasso... ... el burrito sabanero de las Navidades... el Burro Mocho … el burro de Shrek !!
Es viejo el nexo entre el hombre y la bestia de carga. Sus orígenes se pierden en la neblina del pasado y son los arqueólogos, no los veterinarios, quienes los investigan. Se calcula que fueron domesticados hace más de seis mil años. En el antiguo Egipto (año 3.000 a 2.500 a. C.) fueron famosos y resulta imposible imaginar la conquista de la América agreste sin ellos y las mulas.
En contraste con su conspicua presencia milenaria en la historia y la literatura y de sus aportes a la agricultura y el transporte, los burros están desapareciendo del planeta sin que se note y se lamente. Hoy escasean en paisajes de los que fueron parte durante siglos, como el campo y las montañas de Egipto, España y Grecia. Y, con ellos, se extinguen las mulas, que, como sabemos, son hijas de yegua y jumento, mientras que los burdéganos lo son de burra y caballo. No habiendo burros, no hay mulas. Así de sencillo.
El Salvador, que suele apuntarse a toda barbaridad contra la naturaleza, también se está bajando del burro. Y bajando burros.
El célebre burro costeño — mamífero, como Enrico Caruso, de sangre napolitana; el más popular y cotizado del país, compañero de músicos y labradores, imagen de numerosos cuadros y fotografías, protagonista de chistes, cuentos e historias zoófilas— es el principal damnificado de un cambio de tecnología que prefiere el motor al músculo y, mucho más grave, objetivo de la oscura cacería de una nueva y pedestre mafia.
El atractivo no es la carne. Esta se limita a ser un subproducto para timar a compradores ricos o convencer a consumidores pobres. El objeto de codicia son en realidad las pieles. El centro del holocausto que amenaza la vida de los 44 millones de burros sobrevivientes en el mundo y que podría reducirlos a más de la mitad en solo cinco años (dato de la ONG Donkey Sanctuary) es una sustancia procedente de la piel del pollino.
Se trata de una exótica gelatina llamada ejiao a la que se atribuyen beneficios cosméticos. Promovida por la industria china, recorre los circuitos seudomedicinales, mientras deja a su paso un reguero de Plateros muertos.
Desde 2017- se estima que en todo el mundo se sacrifican al menos 5,9 millones de burros cada año para abastecerlo.
No me gusta la nostalgia, a no ser que sea la mía; con la mía me puedo encerrar y vivir y revivir momentos de mi vida, particularmente agradables y torcer otros no tan agradables, para llegar al final que debieron haber tenido y que por supuesto … nunca llegaron a ser. Culpa de lo impuntual que suele ser la repuesta adecuada …
Fue un 4 de diciembre, años ha … y muchos, 1872, uno de los misterios más grandes de la historia, que hoy, ciento cuarenta y dos años después sigue sin resolverse (aunque la verdad, poca gente se acuerda).
En aquellas épocas de finales de Siglo XIX e inicios del XX, donde los globos aerostáticos los fabricaban y volaban los franceses (Montgolfier …), los aviones inventaban los estadounidenses (Hermanos Wright) o brasileños (Santos Dumont), y Juan de la Cierva, español, se le da por fabricar el primer helicóptero …