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Esta es una extraña historia que quiero contarles, y trata de un abogado joven que se llamaba Miguel H. El médico le había recomendado un fin de semana en el campo, lejos de toda huella de civilización.

Recién iniciaba su buen camino en las leyes, pero eso le había costado lo suyo, y sobre todo, le había destrozado el sistema nervioso.

Su ascenso en el campo legal, lo mantenía constantemente estresado.

 

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Era un abogado joven 30, 32 años, a lo sumo …

Su hermana le recomendó una posada en el medio del campo, en medio de la fresca campiña de montaña, lejos de cualquier ciudad, carretera, playas, mares o ríos y Miguel H. la alquiló por teléfono (ni siquiera tenían internet, vea usted).

Cuando llegó al lugar, la dueña de la posada (una matrona que se llamaba Rosemary) no había llegado. Pero estaba la hija, que lo hizo pasar al comedor.

 

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La hija no tenía más de quince años y era una chica muy simpática y coqueta, llena de pecas y muy curiosa. Miró a Miguel H. un rato largo, en silencio, y después le preguntó si ya había venido alguna vez a la posada.

Él le dijo que no: «Pero mi hermana estuvo descansando aquí hace un tiempo, y me recomendó mucho este lugar».

 

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«¿Te gusta el campo?», le preguntó la señorita. Él estuvo a punto de decirle que no, que en realidad el psiquiatra le había recomendado salir de la ciudad para calmarse, pero no le quiso hablar de su depresión a una chica de quince años; entonces le dijo que sí, que le gustaba el campo.

«Si, es lindo, lo que es una lástima es el clima », dijo la chica regordeta de cachete sonrosados.

 

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Él observó el cielo por un ventanal enorme que estaba abierto de par en par. Afuera había empezado a llover y entraba el viento. «Usted sabe por qué está siempre esa ventana abierta? ¿Le contó su hermana?».

 

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Miró a la señorita a los ojos y dijo que no. «¿Cuánto hace que estuvo su hermana, aquí?», le preguntó la chica. «Cuatro, cinco años», dijo Miguel H. «¡Ah! Entonces no sabe nada de la tragedia».

La chica señaló el ventanal abierto, que daba al jardín, y dijo:

«Hace tres años mi papá y mi hermano salieron a pescar por esa ventana. Comenzó a llover fuerte, se desbordó el mar y no volvieron nunca.

 

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-         El mar? – se preguntó Miguel H. para sus adentros – si el mar queda a 180 kilómetros de aquí.

«Fue ese verano que se inundó el país entero, se acuerda?

«Todos dicen que se quedaron atrapados en el mar mientras pescaban. Nunca encontraron los cuerpos. - prosiguió Griselda - Eso fue lo peor, porque mi mamá sigue creyendo que van a volver, los tres: mi papá, mi hermanito y el perro. Pobre mamá! Ella todavía cree que su hijo y su marido van a entrar por el ventanal, cantando can­ciones de estadio para hacerla enojar, como hacían siempre. Por eso no cierra nunca la ventana cuando hay tormenta».

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A Griselda (la niña de cachetes colorados) se le puso la piel de gallina mientras contaba esto. Y el pobre Miguel H., que había venido al campo a relajarse, empezó a crispar los dientes, lleno de nervios.

Por suerte en ese momento entró la dueña de casa, la señora Rosemary pidiendo disculpas por la demora, y Miguel H. se tranquilizó.

La mujer saludó al huésped, le informó que el desayuno estaba incluido y antes de mostrarle la habitación, le dijo: «Espero que no le moleste la ventana abierta. Sucede que mi marido y mi hijo salieron a pescar y cuando llueve no los dejo entrar por la puerta grande, llegan todos lodosos y chucos, oliendo a pescado... Ellos creen que yo puedo estar limpiando lo sucio de ellos todo el día».

 

 

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Miguel H. tragó saliva y miró a Griselda, que al mismo tiempo bajó la vista, avergonzada de su madre. La señora Rosemary seguía hablando del barro de las botas de su marido y de su hijo muertos. Miguel H. empezó a sentirse mal y trató de cambiar de conversación.

Le dijo: «Disculpe, señora. Si no le molesta me gustaría dejar la valija en la habitación, porque vengo cansado de la ciudad».

 

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Mientras Miguel H. decía esto, notó que la mirada de la señora Rosemary se desviaba hacia el ventanal. Hasta que de pronto la mujer gritó:

«¡Por fin llegan! Ustedes dos miren la suciedad que tienen!».

Miguel H. primero miró a la chica, asustado, y vio sus ojos llenos de horror. Después miró para el lado del ventanal: por el jardín venían dos siluetas, un hombre y un niño, con cañas de pescar al hombro, y los dos cantaban una canción de estadio. Los seguía un perro compañero.

Miguel H. pegó un grito ahogado, se levantó del sillón y salió de la casa corriendo por la puerta grande, cortando campo, muerto del susto. Saltó la cerca y siguió corriendo por la carretera rural sin parar.

 

Photo Courtesy of h.koppdelaney

 

El hombre de la caña traspasó el ventanal y saludó a su esposa Mery:

-         «No pescamos nada, con esta lluvia... ¿Quién era ese que salió corriendo, Mery?».

-         Y Doña Rosemary le dijo: “No sé. Un huésped... estaba a punto de mostrarle la habitación de arriba y salió disparando como si hubiera visto un fantasma».

 

 

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La mujer miró a su hija Griselda , como si supiera algo, y ella le dijo:

«Fue el perro. El pobre huésped me contó que le tiene pánico a los perros porque una vez lo persiguió una jauría de perros hasta un cementerio, y tuvo que pasar la noche en una tumba recién cavada, mientras los perros le ladraban. Pobre, ¿no?», dijo Griselda.

«Ah, pero qué joven extraño», contestó la mujer, «qué suerte que no se quedó, me daría mucho miedo convivir con gente demente».

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