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No sé si es pila mía, o si le pasa a algunos más, pero el entusiasmo del viaje, de salir de la Patria, de ir a conocer el mundo, me alegra un rato … y después me llega el bajón …

Empiezo con un “feeling” terrible y las noches previas, me invade la nostalgia, debe ser la naturaleza humana que, cuando llega la hora de partir para un viaje prolongado, todo el entusiasmo del viajero se me convierte en una mala telenovela mexicana (Bah! Todas son malas, o sea que es redundante).

Soy de los que cuando me toca irme, voy de salida y al pasar por el Hermano Lejano ya extraño y en el Cristo de la Paz ya se me escapa la primera lágrima …

Pero resulta que la empresa para la que trabajo me manda a una corresponsalía seis meses a Londres …”guau!” Dirán algunos, seis meses en Londres, sin tu mujer …. Pero no.

Primero, extraño como loco, y segundo antes de siquiera comunicárselo a mi esposa, ella ya estaba enterada, había hecho cálculos de viáticos, alquileres en Londres y fue enfática:

—Alcanza para los dos sin problemas, yo me pago el pasaje del pisto que me heredó Tía Bonifacia y llevo reserva, “nos” vamos a Londres —sentenció mi mujer.

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Dos semanas antes de partir, sin saber por qué … amanecí deprimido.
—No he podido pegar los ojos —le confesé a mi mujer.
Ella, que me conoce bien, se imaginó que habían aparecido los primeros síntomas del “mal de irse”.
—Qué te pasa? —me preguntó sin levantar la vista del teléfono celular mientras “whatsappeaba”.
—No sé. Una sensación rara.

—A ver, contame un poquito más.
—Cómo te explico? Es una sensación de vacío. Una sensación de vacío por las cosas que tengo que abandonar durante algún tiempo.
—Claro.
—Si no te reís de mí, te describo mejor lo que estoy sintiendo.
—Cómo se te ocurre que me voy a reír de algo tan grave! —comentó mi mujer mientras hacía esfuerzos por no soltar la carcajada.

-—Tengo la certeza —le dije en voz baja— de que cuando esté en Londres
me van a hacer falta las pupusas de arroz, las caricaturas de Ruz, el olor a meados de todos los baños públicos y los berrinches de Eugenio Calderón.

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En los siguientes días el mal se extendió. Cuando al fin logré dormir tres horas por noche con ayuda de un somnífero y de la lectura reiterada de los titulares chabacanos del “Más”me quedé dormido aunque lagrimeando porque iba a extrañar a Juan Calles, se me aparecieron en sueños tazones humeantes de atol de elote, la rueda de Chicago, los cartones de la Lotería de Atiquizaya, ver todos los día El Chulón y hasta el Guanapolio.

—La cuestión es simple. Ya te pegó el mal de irse —me explicó mi mujer— se extiende la nostalgia espesa que cubre incluso aquellas cosas que en tierra propia parecen insoportables. Cuando has jugado Guanapolio ?

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Y si, era cierto, ya hasta sentía que empezaba a extrañar a Roberto Bundio, las cadenas nacionales y a Sigfrido Reyes.
Transcurrieron dos días más de zozobra, durante los cuales quise averiguar si en Londres venden riguas y si hay manera de escuchar “La crónica de hoy” de Raúl Beltrán Bonilla.
—Sabés qué? —le comenté a mi mujer la madrugada del tercer día—. Estoy seguro de que no podré vivir en el exterior sin una suscripción de “El Gráfico” y sin leer las columnas de Paolo Luers.

Esto ya era el colmo, evidentemente, como lo observó ella misma medio dormida. Y me aconsejó ir donde el psiquiatra y dejarla dormir. Después no pude dormir pensando si también habría psiquiatras en Londres y si entenderían cuando les contara que echaba de menos las misas de Fabio Colindres.

El psiquiatra me explicó en su consultorio de la colonia Médica (lagrimeé viendo el Ginecológico donde nací y ni siquiera sé si soy cambiado o no) que todo obedece a un mecanismo de compensación. Uno extraña lo que no puede conseguir, así jamás haga uso de ello cuando lo tiene a su alcance. Puede llegar a ocurrir hasta con la esposa de uno.

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El séptimo día padecí la sensación exacta de que me iba a hacer falta la esposa de mi hermano a quien detesto y al noveno día suspiré cuando pasamos frente al monumento de Reconciliación que se hizo supuestamente con nuestras llaves, y que no inauguran nunca, porque no hay tal “reconciliación” (menos aún después de la verborrea de Medardo).

—Cuando pienso que no voy a ver esa valla chuca de lámina que nunca quitan ...siento que me ahogo …
Mi mujer, alma resignada, me dio su cámara digital y me dijo “sacate una foto con ese adefesio, y lo ponemos sobre la mesita de noche de nuestro apartamento en Londres”
Fue un momento de escalofrío patriótico. Mientras ella permanecía en el carro, yo bajé y pedí al vigilante que me sacar una foto, por favor.

Cuando vi que el vigilante salía en carrera con la cámara, y se escondía en unos matochos, y yo persiguiéndolo recibí una lluvia de pedradas y “un cuetazo”de dos pandilleros que me silbó la oreja, salí corriendo al carro y le grité a mi mujer:

—Encendé el carroooo y vamonossssss a Londres mañana mismooooo …. Por la grandísima pu…. !!!

Me había curado.

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