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Hubo una época, en que las muchachas románticas soñaban con casarse con un príncipe y los hombres inteligentes soñaban con llegar a ser reyes.

Era una gran onda eso de ser Rey: vida palaciega, comilonas gratuitas, damas a la orden, músicos y poetas que solo cantaran lo que uno quería oir, caballos de pura sangre, trajes pipí cucú, cosas así. Y, por si faltase algo los hijos heredaban la  guayaba, o sea, uno le aseguraba la chamba, si sobrevivían a la tos ferina y a la sífilis, a unas tres generaciones venideras.


La cosa empezó a cambiar cuando los descamisados franceses resolvieron aplicarle a Luis XVI y su poco simpática esposa austro hasburga María Antonieta,  una extirpación radical de cabeza. Eso ya no gustó tanto a los soberanos que vegetaban como diputados salvadoreños en aquel entonces. Y gustó aún menos cuando los zares imbatibles fueron derrocados y la Rusia Imperial se vino abajo.

Después, con el avance del comunismo, la democracia y el bolivarianismo, los reinos fueron reemplazados poco a poco por regímenes en los que sólo caben las reinas de belleza.

Finalmente, las antiguas majestades acabaron por convertirse en una plaga de nobles con mucha alcurnia y poco pisto que andan a la caza de cocteles y discotecas para lucir sus títulos y atragantarse de boquitas, porque en los Palacios Reales, ni siquiera “monchis” hay.


Cómo es la vida: ahora las muchachas ya no sueñan con casarse con un príncipe sino con futbolistas; y los hombres inteligentes no sueñan con ser reyes sino narcotraficantes.

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Ser rey se volvió una carga pesada, incluso para algunos que ejercen el cargo con simpatía e inteligencia, como el de España. Nada más “chafa” que una alteza exiliada. Por ahí andan, errantes y sin oficio conocido, el archiduque Carlos de Austria, nieto del Emperador Carlos I; el
príncipe Jorge Federico de Prusia, biznieto del káiser Guillermo II, quien no sólo se quedó sin trono sino que tampoco tiene reino; el rey Simeón II de Bulgaria, que a duras penas reina en su casa ; el rey Miguel de Rumania, cuyo mayor lujo es tener un jeep del año 64; el príncipe
Alejandro de Yugoslavia, un personaje que trabaja en una aseguradora en Rio de Janeiro; el rey Leka II, de Albania; el rey Duarte II de Portugal; el príncipe francés Luis Napoleón —que ha declarado estar listo para cuando quieran devolverle el trono—; el Gran Duque Jorge Mijáilovich Romanov, aspirante a retornar a la Rusia Zarista si Putin le da licencia; y otros cuantos maniáticos de sangre azul que sueñan aún con reinos perdidos mientras llenan los formularios de la declaración de renta.

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Hay otros que aún ocupan un papel decorativo en sus respectivos países.
Los más famosos son, por supuesto, los miembros de la familia real de Inglaterra, aficionados a montar en carroza, a caballo y últimamente en reproducirse como conejos.

Pero también está Guillermo Alejandro de Holanda, que buscó como esposa a una argentina,Máxima y se le armó la casa de pxxx! Y el Príncipe Alberto, de Mónaco, que nunca se supo bien si era príncipe o princesa, y por las dudas …

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Las princesas de los Países Bajos, con una doble tendencia a la obesidad y el estrabismo. Y el rey Gustavo de Suecia, a quien vemos durante las transmisiones del Nobel: dicen quienes lo conocieron que en la televisión parece un poquito tonto, pero que, tratado de cerca, lo es mucho más.


Reyes que llenan el formulario rosado de la declaración de impuestos, príncipes que se van de rumba con actrices de cine porno, príncipes que rinden tributo a Su Majestad La Mordida, princesas que andan mostrando el destete en público, reyes tontarrones: a eso se ha reducido el otrora lucrativo asunto de los palacios.

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Es que se abusó de la nobleza. Algunos micro-estados europeos, como Licchtenstein, tienen más príncipes que territorio: 72 príncipes y princesas se apretujan en sus 61 millas cuadradas.

Ya a los reyes no les dan ni caja chica. Viven mal. Visten ropa de los outlets. No pasará mucho tiempo antes de que monten en bus. La más reciente prueba de ello se dio hace un par de meses, creo que junio, en Dinamarca. El príncipe Henrik, esposo de la reina Margarita, no recibe pisto alguno del Estado y es su mujer quien le regala monedas para los dulces.

Aburrido con la situación, Henrik emitió un comunicado en el cual anunció que se iba a la huelga,  huelga de qué? Bueno, huelga de sus deberes reales. Y cuáles son sus deberes reales? Asistir a cócteles, sonreír en las recepciones, acompañar a la reina Margarita a ceremonias oficiales y otra serie de tareas insoportables.

Henrik declaró que su trabajo de príncipe consorte "significa muchas humillaciones para nada", y anunció que sólo si el Parlamento le asigna un sueldito mensual volverá a cumplir con sus quehaceres. Pero sigue siendo el Príncipe.


Reyes en huelga, reinas que no dan a sus esposos suficiente plata para comprar cigarrillos, consortes que aspiran al salario mínimo: en esto han terminado las altivas cortes europeas.
Sólo falta que el Príncipe Alberto de Mónaco se venga a vivir a El Salvador, acabe casándose con Ligia Roca y termine poniendo un Car Wash en Los Héroes.

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